
Tras una tarde de mucho calor y de estar cansado de ver pasar nazarenos y nazarenos de la hermandad de San Benito en la esquina de la Alicantina, frente a la estatua de San Ángela, mi grupo de amigos y yo decidimos adentrarnos un día de Semana Santa por el barrio de Santa Cruz con la intención de tomar algo para coger fuerzas.
Eran años de estudios, de ver una y otra cofradía, de quedar con tal y cual en esa esquina que tanto nos gustaba. Años de largas esperas que servían para dialogar y conocernos mejor, de afianzar una amistad profunda. Como en todo grupo, había los que le encantaban y entendían de pasos y también los que no sabían ni ‘jota’ de Semana Santa pero ahí estaban, incluso con su chaqueta y corbata. Momentos de plena juventud, de algún que otro escaqueo a una u otra disco de algunos, pero sin botellonas y con muchisimo respeto a la semana de pasión, eso que nunca faltara. Unos días festivos para los estudiantes que bien nos servían para despejarnos y sobre todo para apreciar la magia de Sevilla, conocer barrios, esquinas con encanto, historia, leyendas que algún amigo contaba sobre la ciudad o una cofradía.
También vivíamos días de amor. Los que no tenían pareja utilizaban el duende de la Semana Santa para sus conquistas esporádicas, y los comprometidos para sellar su cariño al son de una marcha, al paso de un Cristo o una Virgen, o para decirse el primer ‘Te quiero’ perfumado de azahar e incienso. Tampoco faltaba esa famosa frase de: “hoy tenemos que ver a Javi, Guille y Quiles que salen en el Amor”. O esta otra: ¿a ver quién reconoce este año a Quino? y es que siempre está el típico del grupo que sale de nazareno te ve y ni te saluda. ¡Qué cosas tiene la gente en Sevilla! Y Juanito. Su caso todavía más paradigmatico. Salía año tras año en la Vera Cruz, aquí y en su pueblo, y durante todo un año no pisaba ni una iglesia y se llevaba todo el día criticando la Semana Santa bromeando. Pero siempre estaba ahí el tio, en todas las bullas metido. Hasta un gitano teníamos en el grupo, o mejor dicho, como él se definía: ‘cuchichí’. Bautizado en San Román delante del Cristo de Los Gitanos, como no podía ser de otra forma. A Migue no le gustaba mucho la Semana Santa pero tampoco se perdía una. Sobretodo Los Gitanos y la entrada de Los Panaderos. ¡Qué tiempos aquellos!
Como decía, nuestro peregrinar por el barrio de Santa Cruz un Martes Santo nos llevó, tras recorrer una callecita muy estrecha, hasta un Templo dónde se encontraban miles de personas esperando la entrada de una cofradía. Una vez allí nos acoplamos donde pudimos sabiendo que quedaba más de una hora para que la cruz de guía de la hermandad de Santa Cruz llegara. Conversamos durante bastantes minutos hasta que al fin alguien de alrrededor dijo: “por ahí parace que viene”. En efecto, tras un gran humo de incienso aparecía el cortejo de nazarenos. Era la primera vez que todos juntos escuchábamos el silencio de Sevilla. El discurrir de hermanos fue precioso y como digo supimos por vez primera vez cómo sabe Sevilla guardar respeto. El tiempo parecía congelado cuando apareció la Imagen del Cristo con su gótico paso. Nadie hablaba. Al subir la rampla de madera el paso quedamos todos asombrados de la magnitud de tal en comparación a la estrecha puerta de entrada. Poco a poco fue entrando el Señor con el corazón de todos encogido al son de una saeta.
Pero lo extremecedor de esa mágica noche fue ver llegar a esa Virgen llena de Dolor. Esta vez, al subir la rampla el palio, un amigo si que habló: “no me creo que pueda entrar”. dijo en voz baja. Golpe del llamador y al grito de cuerpo a tierra la Virgen fue entrando muy poquito a poco. El capataz con gran maestría repetía le nombre sin cesar de uno de los pateros: ¡Felipe, más cuerpo a tierra! fue tanto lo que vivimos que año tras año simpre nos reuníamos en ese mismo sitio para ver la entrada. Se convirtió por un tiempo en una costumbre de amigos hasta que los años nos fueron separando por distintas circunstancias que pronto supimos remediar.
En cuanto al grupo de amigos, aún conservamos esa profunda amistad con tan solo una pena, la ausencia de Javi. El nazareno del Amor nos dejó hace un par de años para estar seguro a la vera de ese Cristo de las Misericordias que tanto le gustaba. Nosotros le seguimos recordando siempre y a ser posible volviendo a ese rinconcito mágico en el barrio de Santa Cruz cada Martes Santo.
Laura Santos
Dedicado a todo mi grupo de amigos
Eran años de estudios, de ver una y otra cofradía, de quedar con tal y cual en esa esquina que tanto nos gustaba. Años de largas esperas que servían para dialogar y conocernos mejor, de afianzar una amistad profunda. Como en todo grupo, había los que le encantaban y entendían de pasos y también los que no sabían ni ‘jota’ de Semana Santa pero ahí estaban, incluso con su chaqueta y corbata. Momentos de plena juventud, de algún que otro escaqueo a una u otra disco de algunos, pero sin botellonas y con muchisimo respeto a la semana de pasión, eso que nunca faltara. Unos días festivos para los estudiantes que bien nos servían para despejarnos y sobre todo para apreciar la magia de Sevilla, conocer barrios, esquinas con encanto, historia, leyendas que algún amigo contaba sobre la ciudad o una cofradía.
También vivíamos días de amor. Los que no tenían pareja utilizaban el duende de la Semana Santa para sus conquistas esporádicas, y los comprometidos para sellar su cariño al son de una marcha, al paso de un Cristo o una Virgen, o para decirse el primer ‘Te quiero’ perfumado de azahar e incienso. Tampoco faltaba esa famosa frase de: “hoy tenemos que ver a Javi, Guille y Quiles que salen en el Amor”. O esta otra: ¿a ver quién reconoce este año a Quino? y es que siempre está el típico del grupo que sale de nazareno te ve y ni te saluda. ¡Qué cosas tiene la gente en Sevilla! Y Juanito. Su caso todavía más paradigmatico. Salía año tras año en la Vera Cruz, aquí y en su pueblo, y durante todo un año no pisaba ni una iglesia y se llevaba todo el día criticando la Semana Santa bromeando. Pero siempre estaba ahí el tio, en todas las bullas metido. Hasta un gitano teníamos en el grupo, o mejor dicho, como él se definía: ‘cuchichí’. Bautizado en San Román delante del Cristo de Los Gitanos, como no podía ser de otra forma. A Migue no le gustaba mucho la Semana Santa pero tampoco se perdía una. Sobretodo Los Gitanos y la entrada de Los Panaderos. ¡Qué tiempos aquellos!
Como decía, nuestro peregrinar por el barrio de Santa Cruz un Martes Santo nos llevó, tras recorrer una callecita muy estrecha, hasta un Templo dónde se encontraban miles de personas esperando la entrada de una cofradía. Una vez allí nos acoplamos donde pudimos sabiendo que quedaba más de una hora para que la cruz de guía de la hermandad de Santa Cruz llegara. Conversamos durante bastantes minutos hasta que al fin alguien de alrrededor dijo: “por ahí parace que viene”. En efecto, tras un gran humo de incienso aparecía el cortejo de nazarenos. Era la primera vez que todos juntos escuchábamos el silencio de Sevilla. El discurrir de hermanos fue precioso y como digo supimos por vez primera vez cómo sabe Sevilla guardar respeto. El tiempo parecía congelado cuando apareció la Imagen del Cristo con su gótico paso. Nadie hablaba. Al subir la rampla de madera el paso quedamos todos asombrados de la magnitud de tal en comparación a la estrecha puerta de entrada. Poco a poco fue entrando el Señor con el corazón de todos encogido al son de una saeta.
Pero lo extremecedor de esa mágica noche fue ver llegar a esa Virgen llena de Dolor. Esta vez, al subir la rampla el palio, un amigo si que habló: “no me creo que pueda entrar”. dijo en voz baja. Golpe del llamador y al grito de cuerpo a tierra la Virgen fue entrando muy poquito a poco. El capataz con gran maestría repetía le nombre sin cesar de uno de los pateros: ¡Felipe, más cuerpo a tierra! fue tanto lo que vivimos que año tras año simpre nos reuníamos en ese mismo sitio para ver la entrada. Se convirtió por un tiempo en una costumbre de amigos hasta que los años nos fueron separando por distintas circunstancias que pronto supimos remediar.
En cuanto al grupo de amigos, aún conservamos esa profunda amistad con tan solo una pena, la ausencia de Javi. El nazareno del Amor nos dejó hace un par de años para estar seguro a la vera de ese Cristo de las Misericordias que tanto le gustaba. Nosotros le seguimos recordando siempre y a ser posible volviendo a ese rinconcito mágico en el barrio de Santa Cruz cada Martes Santo.
Laura Santos
Dedicado a todo mi grupo de amigos